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Contaminación y Antártida: ¿Problema individual o global?

25 de enero de 2022

Esta nota ha sido escrita por nuestro Amigo Pedro Sukarevicius  especialmente para nuestro sitio.

Pedro es estudiante de Relaciones Internacionales en la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) e integra el "Círculo de Estudios de Ambiente y Política" de dicha Institución.

 

Infinitas gracias por tu aporte!!

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La Antártida constituye un espacio fundamental para el equilibrio ambiental y ecológico a nivel global. Su principal función es la regulación del clima del Planeta. Este continente con características únicas, y que tiene efectos directos sobre la temperatura de la Tierra y los Océanos, hacen del mismo un espacio con amplios recursos para la investigación científica.

Sin embargo, solamente unos pocos países cuentan con el privilegio de desarrollar actividades dentro del continente blanco. En 1961 entró en vigencia uno de los acuerdos multilaterales más exitosos de negociación del siglo XX, el “Tratado Antártico”. Este acuerdo, con fines geopolíticos, declaró a la Antártida como un territorio pacífico y de uso científico.

Pero la falta de un “enfoque ambiental” en dicho acuerdo hizo que tiempo después se firmara el Protocolo al Tratado Antártico sobre Protección del Medio Ambiente, que constituyó una herramienta efectiva para su protección medioambiental, declarando su territorio como reserva natural e incluyendo normas para la evaluación del impacto ambiental, la conservación de la flora y la fauna y la prevención de la contaminación marina.

Sabido es que la situación de los residuos a nivel mundial es crítica y que la “cultura del consumo y descarte” que acompaña a la civilización hace tiempo causa graves afecciones en los ecosistemas. En el caso de la Antártida, la presencia humana obligó a tener un especial cuidado sobre las actividades que se realizan, a fin de preservar su ambiente. Por ejemplo, en la etapa previa a la entrada en vigencia del Protocolo sobre la Protección Ambiental, los desechos eran arrojados al mar, quemados a cielo abierto o enterrados. Frente a situaciones como ésta, la visión ambientalista -que impulsó y concretó la firma del Protocolo- requirió ejercer mecanismos de control y vigilancia trabajando en conjunto con los Estados parte. De esta manera, los informes anuales presentados en las Reuniones Consultivas del Tratado Antártico pasaron a detallar las diferentes labores realizadas a partir de los residuos generados. En el caso argentino, los esfuerzos fueron puestos en generar la menor cantidad de residuos posible, sumado a un estricto sistema de clasificación y separación por restos orgánicos, plásticos, metales, cemento, vidrios, residuos peligrosos y aguas residuales. De esta manera, los materiales recolectados y debidamente separados se envían a tierra firme para recibir el tratamiento correspondiente.

Cabe destacar que existen puntos de controversia frente a los múltiples mecanismos de control implementados en la Antártida. Por un lado, existe un control exhaustivo sobre las actividades realizadas en cuanto a las prevenciones a tener en cuenta, pero por otro, diversas investigaciones han detectado la presencia de microplásticos y sustancias tóxicas en el agua y en la nieve recién caída que provendrían de la actividad pesquera desarrollada en las cercanías y en las zonas exteriores.

 

Esta situación debería llevarnos a pensar sobre la importancia de concebir a la Antártida (y a los temas ambientales) desde una perspectiva global y no como algo separado o individual. Por ello sostenemos que los mecanismos de acción ambiental establecidos en la Antártida (y reconociendo a la cooperación internacional referida al Tratado Antártico como un caso ejemplar) probablemente mitiguen la cantidad de residuos generados en dicho lugar, pero si en el resto del Globo no se toman idénticas medidas, las consecuencias negativas terminarán trasladándose al continente blanco y perjudicando lo que se quiere proteger y preservar.

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