Cuando pase el temblor(*)
13 de abril de 2020 - Por Damián Morán
Escribo esta nota mientras se combate a un enemigo invisible de consecuencias palpables.
No pretendo reemplazar o desconocer la urgencia, sino simplemente reflexionar sobre algunas cuestiones para el día después. Porque como todo, esto también pasará.
Para que quede claro: la prioridad es evitar más contagios, atender a los enfermos y evitar más muertes y sufrimiento. Y para esto debemos respetar el aislamiento social, las indicaciones gubernamentales y extremar los cuidados. Así también, hacer todo lo que esté al alcance para que la economía diaria se resienta lo menos posible y las consecuencias de otra índole sean lo menos perjudiciales posible, porque consecuencias habrá seguro.
Ahora bien, me propongo reflexionar -como mencioné- sobre el día después. Sobre la posibilidad de aprender algo de esta pandemia que nos jaquea. Y me interesa hacerlo a partir de su relación con el cambio climático.
Según la información experta disponible (PNUE; OMS), el 80% de las enfermedades que se han presentado en los últimos 30 años (léase SARS, Gripe A H1N1, Ébola, MERS y el actual COVID-19) han tenido origen zoonótico. Esto significa que se han transmitido de animales a humanos.
¿Pero qué tiene que ver el cambio climático con esto? ¿Ha sido el cambio climático el responsable del origen, por ejemplo, del actual Coronavirus?
Bueno, la respuesta es “no” y “sí”.
Desde una relación directa diremos que el cambio climático no ha tenido nada que ver. Pero desde una relación indirecta, es decir, a partir de las causas/razones que ocasionan el cambio climático, sí.
Hace bastante tiempo ya que existe consenso científico (IPCC) respecto de que el actual cambio climático tiene origen antrópico, esto significa que la humanidad es responsable del mismo. ¿Cómo? Principalmente a través de la industria, la utilización de combustibles fósiles, la deforestación y el aumento poblacional desmedido. Estas causas, sumadas a la sobreexplotación de recursos, y en consecuencia de territorios, y la extensión desmedida de las fronteras productivas (para ganadería y agricultura) no hacen más que complicar el escenario y nos colocan en estado de desprotección. Su interrelación nos expone a factores para los que no estábamos preparados. Dos ejemplos de esto pueden ser el crecimiento del dengue, el zika y/o el chikungunya en zonas donde no se registraban casos o resultaban aislados, y ello por el aumento de la temperatura ambiente que promueve la proliferación de los vectores que los transmiten; o el crecimiento del hantavirus, por el vínculo más estrecho entre el ser humano y el ratón colilargo, por el crecimiento de lugares de acopio de alimentos y de poblaciones humanas.
Por otro lado, otras variables como el movimiento de especies (especialmente salvajes) por la pérdida o reducción de sus hábitats naturales; la proliferación de especies invasoras (se estima que el número de éstas por país ha aumentado en un 70% desde 1970) y el tráfico ilegal de flora y de fauna (una actividad ilegal de las más redituables del mundo junto con el tráfico de drogas y el de armas), ocasionan interrelaciones e intercambios entre especies, como así también vinculaciones con el ser humano que de otra forma no se darían.
A partir de la pandemia por COVID-19 abundan las noticias en torno a las manifestaciones visibles que se presentan en todo el mundo en términos de limpieza del aire, del agua y de la presencia de animales en lugares poco comunes para éstos. Si bien no puede hablarse de “recuperación”, son pequeñas muestras de los beneficios que podríamos obtener de cambios comprometidos en materia de desarrollo. Un desarrollo menos dependiente del carbono y de concepción más “circular” y un consumo responsable y también de tipo “circular”.
De la buena salud de los ecosistemas depende y dependerá nuestra sobrevivencia como especie. Muchos cometen el error de restarle importancia o considerarlo como un tema accesorio, pero lo cierto es que los cimientos de nuestras economías, de nuestra seguridad alimentaria, nuestra salud y calidad de vida en todo el mundo dependen de ello.
Una vez más queremos que quede claro: No pretendemos detener el Planeta (como sucede virtualmente en este presente). Lo que intentamos es reflexionar sobre la importancia de profundizar los cambios e intervenciones que venían dándose (sobre todo en materia energética), afianzar nuestro compromiso con los Tratados firmados (como el Acuerdo de París) y las pautas allí abordadas y responsabilizarnos por nuestro modelo de consumo y por nuestros residuos.
Porque el modelo actual de desarrollo (de concepción "lineal") no da para más, nos pone en una indefensión peligrosa, más allá de la presente pandemia. Y los datos son alarmantes (IPBES, 2019):
- hemos alterado el 75% del medio terrestre y 66% del marino, lo que ha conllevado -por ejemplo- a una reducción de la productividad de la tierra (de la superficie terrestre global) del 23% y que unas 200 millones de personas tengan un mayor riesgo de inundaciones y huracanes por la pérdida de hábitats costeros y de zonas naturales de amortiguación o regulación (como por ejemplo los “humedales”);
- la contaminación plástica se ha multiplicado por 10 desde 1980;
- en los océanos existen más de 400 “zonas muertas” –como se las ha denominado-, producto de las toneladas de metales pesados, solventes, lodos tóxicos y otros desechos industriales y de fertilizantes que se descargan anualmente en las aguas del mundo;
- unas 800 millones de personas (sólo en Asia y África) se enfrentan a la inseguridad alimentaria;
- el 40% de la población mundial no tiene acceso a agua potable, limpia y segura;
- más del 80% de las aguas residuales globales son vertidas sin tratamiento al ambiente.
Estos datos podrían ampliarse y podríamos sumar otros fenómenos como la acidifación de los océanos o el derretimiento glacial y desastres naturales más frecuentes y desmedidos como inundaciones, sequías, olas de calor y de frío e incendios forestales.
De esta manera, el riesgo que corremos cuando esta pandemia culmine, cuando los “vehículos fósiles” vuelvan a circular, cuando las industrias se vuelvan a activar, es un efecto rebote que supere la situación previa a la enfermedad. Si al controlar la pandemia se pretende seguir como si nada hubiera ocurrido, o peor aún, “recuperar el tiempo perdido”, correremos el riesgo serio de profundizar la difícil situación ambiental en la que nos encontrábamos. Y con ello, “el punto de no retorno” será inexorable (!!)
(*) La presente nota fue publicada por el Diario Clarín (06-05-20)