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¿Qué pasa en el Delta?

03 de agosto de 2020 - Por Damián Morán

El Delta del Paraná se incendia.

 

Claro, luego de al menos cuatro meses de esta situación a pocos podría llamarles la atención. No obstante, la cuestión es entender por qué sucede y qué podemos hacer al respecto.

 

Lo primero que debemos considerar es que el Delta del Paraná es un inmenso humedal (un macrosistema de humedales) que se inscribe dentro de los casi 600.000 Km2 que este tipo de ecosistema cubre en el país (un 21% del territorio nacional). Estos ecosistemas resultan centrales porque captan sedimentos y retienen y exportan nutrientes, estabilizan costas, protegen contra la erosión y contribuyen a la regulación del clima. Asimismo, participan activamente en el ciclo del agua, al regular sus flujos, por lo que contribuyen también al control de inundaciones.

 

La biodiversidad es otra de sus características y está íntimamente ligada a su riqueza. Se estima que unas 700 especies vegetales los habitan y más de 500 especies de vertebrados (mamíferos, aves, reptiles, anfibios y peces) cumplen de forma total o parcial su ciclo de vida en ellos. Además, reciben a muchas otras especies que se desplazan en busca de alimento o refugio.

 

Los humedales también encierran un gran valor para el ser humano al proveerle distintos bienes y servicios (alimentos, transporte, turismo, agua dulce), especialmente a las poblaciones locales, en las que dicha provisión se entremezcla con identidades culturales muy arraigadas.

 

Pero en la propia riqueza de este ecosistema reside su sensibilidad y vulnerabilidad, ya que la complejidad que mantiene requiere de equilibrio y resiliencia. Por este motivo, las acciones humanas deliberadas atentan contra el mismo. En tal sentido, las obras de infraestructura (rutas, puentes, mega-puertos, emprendimientos inmobiliarios); la elevación de terrenos, el dragado del cauce principal del río Paraná, la ampliación del curso de arroyos; la extracción minera intensiva (de arena) asociada al “fracking” y la contaminación por agroquímicos y efluentes urbanos e industriales, provocan severos daños.

 

Retomando la cuestión inicial debemos señalar que la problemática de los incendios en esta zona es moneda corriente y desde hace varios años. A fin de graficar la situación mencionaremos dos años que han sido muy relevantes: 2004, en el que se incendiaron unas 25 mil hectáreas de islas del municipio de Victoria y 2008, en el que el 17% de la superficie total del Delta terminó afectada, al punto que el humo llegó a la Ciudad de Buenos Aires y cubrió durante varios días su cielo. Dicha situación llevó a que el Gobierno Nacional y los de las tres provincias con jurisdicción sobre el Delta (Santa Fe, Entre Ríos y Buenos Aires) firmaran un acta acuerdo para elaborar un “Plan Integral Estratégico para la Conservación y Aprovechamiento Sostenible del Delta del Paraná” (PIECAS-DP)

 

En lo que va del año se han registrado más de 3000 focos de incendio, que se han visto potenciados por una ausencia prolongada de lluvias y una bajante histórica del río Paraná. Pero los factores causales deberíamos buscarlos en otro lugar. Así, podemos reconocer dos factores que confluyen: por un lado, que la “quema” resulta una práctica habitual para las poblaciones locales, cuyo objetivo es preparar el suelo para el cultivo o eliminar malezas para mejorar las pasturas. Y por otro, y asociado al anterior, el crecimiento exponencial que la cría de ganado ha tenido en las islas (se estima una existencia de 2 millones de cabezas). Esta actividad se ha visto desplazada del continente como resultado del destino de los campos para la producción de soja (aprovechando la quita de retenciones), facilitado además por mejoras en las vías de acceso.

 

Los dos factores causales mencionados nos permiten trazar similitudes con los graves incendios que se suscitaron en la Selva Amazónica durante 2019 y que fueron noticia mundial. Allí también las “queimadas” son de uso habitual y en muchas oportunidades se salen de control y el afán por extender las fronteras productivas para la agricultura y la ganadería. Pero la similitud no se circunscribe sólo a las causas, las consecuencias naturales y socioeconómicas también:

 

- Alta emisión de CO2 (principal gas de efecto invernadero) a la atmósfera.

- Mayor calentamiento y mayores sequías.

- Erosión del suelo.

- Alteración hídrica.

- Pérdida de biodiversidad y alteraciones en los hábitats de muchas especies con especificidades muy marcadas o en peligro de extinción.

- Desplazamientos poblacionales (tanto animales como humanas).

- Mayor propensión al desarrollo de enfermedades respiratorias, gástricas, cutáneas y dérmicas. (y en el contexto actual de pandemia por COVID-19).

- Daños en las economías locales.

 

Por todo lo antes mencionado debemos hacer de la urgencia una oportunidad. Debe reactivarse el PIECAS-DP y dotarlo de todos los elementos y recursos necesarios que permitan una gestión interjurisdiccional coordinada, conservar y restaurar los humedales, planificar el uso de la tierra, involucrar al sector productivo y regular su accionar e involucrar a las poblaciones locales con el manejo y cuidado del Delta.

 

En la misma línea, la aprobación de una “Ley de presupuestos mínimos para la protección ambiental de humedales” se vuelve una necesidad imperiosa.

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