Corredores biológicos en ciudades
27 de abril de 2022
Autores:
Belén Driol
Tesista Licenciatura en Ciencias Ambientales (UBA)
Damián Morán
Licenciado, especializado en Gestión Ambiental Metropolitana
Un agradecimiento especial a la Arq. Elizabeth Vergara, titular del Posgrado "Bosques Asociados: construyendo conexiones" (FADU-UBA), por facilitarnos la imagen ilustrativa de esta nota.
Como señalan Alejandro Crojethovich Martín y Ana Herrero, “el ambiente urbano refiere a una forma particular de ocupación del espacio por una población”(*). Ahora bien, según distintas estimaciones, esta “forma particular de ocupación del espacio” -que tan sólo ocupa el 3% de la superficie terrestre- incorpora cada año (dentro de sus límites y suburbios) algo más de 70 millones de personas. De allí que hacia el año 1900 el 10% de la población mundial viviera en ciudades, que hoy lo haga el 55% y que se estime que para el año 2050 lo hará el 70% (ONU, 2018). En los casos latinoamericano y argentino, esta realidad comprende el 60% y el 80%, respectivamente, de sus poblaciones totales.
Pero las ciudades no se limitan únicamente a ser epicentros poblacionales. Concentran una importancia trascendental por otros motivos:
- aportan el 80% del Producto Bruto Interno (PBI) mundial,
- utilizan dos tercios de la energía global,
- generan el 75% de las emisiones globales de dióxido de carbono (CO2) (principal Gas de Efecto Invernadero (GEI)).
Desde sus inicios las ciudades se han establecido sobre ecosistemas que les han brindado los bienes y servicios necesarios para sus habitantes, pero su crecimiento acelerado –y en muchos casos desmedido- ocasionó sobreexplotación de recursos, pérdida y fragmentación de hábitat, desplazamiento, desaparición y/o sobreadaptación de la flora, la fauna y la funga, con una consecuente reducción de la biodiversidad.
Ante las presiones mencionadas ejercidas por la urbanización, surgen como respuesta adaptativa los “corredores biológicos”. Éstos constituyen una franja de territorio (de vegetación, bosque ribereño, túneles por debajo o sobre rutas, plantaciones, vegetación remanente o extensiones de bosques naturales) que permite poner en contacto dos o más áreas o regiones (naturales o modificadas), que de otro modo permanecerían aisladas. Su principal función es contribuir al intercambio y a la movilidad de las (y entre) especies (semillas, nutrientes, polinizadores, descomponedores, aves, fauna en general), evitando así la degradación del ecosistema y la pérdida de biodiversidad.
Estos corredores pueden conectar diversas áreas de las ciudades, conservando, restaurando y aumentando la diversidad de las especies nativas entre incluso distintas localidades, ya que los animales pueden usarlos como paradas durante sus desplazamientos. En igual sentido, los jardines particulares podrían anexarse a estos corredores, al incluir especies autóctonas que brinden refugio a polinizadores o aves.
Cabe resaltar que la inclusión de plantas nativas resulta esencial, ya que por un lado se encuentran adaptadas a los factores climáticos de las zonas en cuestión y, por otro, mantienen un vínculo e integración con los animales silvestres, lo que redunda en aspectos de restauración y en un control natural de vectores y especies invasoras.
Asimismo, ante el desconocimiento de los ambientes naturales que rodean al medio urbano y del valor que poseen, los nuevos espacios verdes propuestos contribuirían con el acercamiento diario al medio natural, con la mejora emocional y mental de sus habitantes y con el aumento del sentido de permanencia y apego al territorio.
Por otra parte, más allá de los beneficios para el medio natural, los corredores biológicos contribuyen también al propio medio urbano en el que están insertos, y esto a través de la mitigación del ruido, de los gases vehiculares y de las islas de calor, de la mayor absorción de las precipitaciones y de la satisfacción de las necesidades vinculadas con un mayor contacto de los habitantes con la naturaleza.
De esta manera, los corredores bilógicos se caracterizan por ser de objetivos múltiples, ya que sus beneficios reúnen los aspectos social, cultural, económico y ambiental, a través de actividades recreativas, educativas y turísticas, de mejoras en la calidad del aire y moderación de la temperatura, como refugio para la biodiversidad y del embellecimiento urbano.
(*) Crojethovich Martín, A. y Herrero, A. C. (2012). Ambiente y Ecología. En Di Pace, M. & Caride Bartrons, H. (Directores). Ecología Urbana (1era. ed., pp. 43-71), Buenos Aires: Ediciones UNGS.
Bibliografía consultada:
- Seams, R. M. (1995). The evolution of greenways as an adaptive urban landscape form. Landscape and Urban Planning, (33) 1-3, 65-80.
- Rosenberg, D., Noon, B. & Meslow, E. (1997). Biological Corridors: Form, Function, and Efficacy. Bioscience. (47), 677-687.
- Ronchetti, A. & Vorraber, L. (2017). Proyecto Corredor biológico ribereño de Vicente López, Primer corredor biológico municipal de la Argentina.
- Peng, J., Zhao, H., Liu, Y. (2017). Urban ecological corridors construction: A review. Acta Ecologica Sinica (37), 23–30.
- Lindsey, G. (1999). Use of urban greenways: insights from Indianapolis. Landscape and Urban Planning, (45), 145-157.
- Geert, A. V., Van Rossum, F., & Triest, L. (2010). Do linear landscape elements in farmland act as biological corridors for pollen dispersal? Journal of Ecology, (98), 178–187.