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Hizo funcionar a su auto con basura luego de una experiencia mística y recorrió el país de punta a punta

Infobae

14 de sept de 2023

Edmundo Ramos es ingeniero, tiene 66 años y vive en Córdoba. En 2008 comenzó a investigar cómo lograr un gas similar al GNC pero hecho a partir de residuos. (Infobae)

En el año 2008, Edmundo Ramos, ingeniero, regresó a la Argentina desde los Estados Unidos, donde vivió cuatro años. Con los dólares ahorrados, compró departamentos. Y logró lo que sueña casi todo el mundo: vivir de rentas. Pero Ramos -un personaje muy particular- no se pudo quedar quieto. “Me dije: me puedo poner a mirar televisión todo el día y a tomar cerveza con Homero Simpson, o aprovechar mi experiencia para hacer algo útil para la humanidad y sin fines de lucro’”. Decidido a dejar su huella, buscó y rebuscó qué hacer. Y se le ocurrió (casi nada) anticiparse al futuro: “Pensé en qué sucederá cuando se terminen los combustibles fósiles, cómo funcionarán las maquinarias agrícolas que siembran y cosechan nuestra comida”. Durante 12 años, persiguió un sueño. Le costó, pero lo alcanzó: hoy, anda en un automóvil que funciona con un gas producido con basura. Y lo bautizó “gasura”.


Edmundo, que hoy tiene 66 años, vive junto a Fabiola, su pareja, en Anisacate, un pueblo cordobés al sur de Alta Gracia. Maneja por sus calles una Ford Ranchera color gris, que en sus laterales lleva pintada la frase “para gloria de Dios”. Es un vehículo normal. O casi… Sobre la caja de carga tiene un tanque cilíndrico con una tobera debajo, un caño corrugado, el tubo de un matafuegos y una conexión con el carburador. Parece el coche de un competidor de Los Autos Locos. Y podría ser su secreto mejor guardado, pero no: eligió publicar los planos de su invento en sus redes, @autoabasura, para que cualquiera lo copie.


Nacido en U.S.A.


Edmundo nació en Nueva York, Estados Unidos. Su padre trabajaba en ese país, y justo al pasar por esa ciudad, su madre comenzó con trabajo de parto y él llegó. “Nunca más volví. Así que fui para nacer, nomás…”. De muy chico llegó a la Argentina, y vivió en Lomas de Zamora. Hizo el secundario en el Colegio Industrial Luis A. Huergo. En el ‘76 ingresó a la Facultad de Ingeniería. Se recibió en el ‘81 luego de cinco años y medio de estudio. Trabajó en San Nicolás, Salta y Jujuy. Y pegó el salto: aprovechando su ciudadanía, se fue a Norteamérica.



Vivía en Tijuana, México, pero todos los días cruzaba la frontera y trabajaba en San Diego, Estados Unidos. “Ahí estuve cuatro años trabajando como contratista e ingeniero eléctrico. En toda la ciudad había cuatro nada más. Era raro, pero me fue muy útil. Hacía lo que llaman ‘condo conversions’. Es decir, agarraban un loteo o un hotel, y lo transformaban en muchas propiedades, cada una con su título, y las vendían en forma particular. Yo tenía que hacer toda la instalación eléctrica del condominio. Eso me daba una gran ganancia. Y cuando hice una diferencia, volví…”


Lo primero que hizo cuando tuvo la idea fue googlear la frase “auto a basura”. Y, dice, no salió nada. “Era como si hoy alguien buscara cómo fabricar un OVNI. Había cosas como biodigestores, que producen metano, un combustible, pero son como contenedores, gigantes, no sirven para un auto, y para lograrlo hay que esperar semanas”. Los únicos que se anticiparon a él fueron -una vez más- Los Simpsons. En su episodio Apocalipsis, se muestra un vehículo que funciona con residuos.


Desde el 2008 hasta el 2018, sin tener de dónde agarrarse, Edmundo inventó fórmulas y tablas. “Hice un cálculo teórico en el que la velocidad máxima del auto a basura sería de 40 kilómetros por hora por la potencia del gas, del motor, cuánto necesita para vencer el aire, todos cálculos complicados y largos. Y pensaba que sería una lástima, porque no podría andar en ruta. Creí que serviría para el campo. El 2 de octubre del 2019 fue un día histórico, porque salí a la calle. Y el auto, al final, levantó a 100 kilómetros por hora”.


Un largo camino


Llegar a ese resultado no resultó sencillo, y en un momento casi baja los brazos. En enero del 2018 armó su primer gasificador, el corazón de su invento. Como combustible usó bellotas de roble, que en Anisacate es basura. “La gente las junta con un rastrillo, las mete en una bolsa, pasa el camión y las levanta”, cuenta. Dice que cuando contó en su barrio que necesitaba bellotas, lo atiborraron: “Todos se las quieren sacar de encima”.


Llenó el tanque del gasificador con el carbón de bellotas, y a través de un agujero en la tobera, encendió el fuego. Allí bautizó al nuevo combustible como “gasura”, un gas hecho a partir de basura. “Me dije, si los autos funcionan con GNC, lo pueden hacer con ‘gasura’”, recuerda. En febrero llegó el gran momento. Compró una Ford Ranchera modelo ‘83 con motor 221 de 3,6 litros. Probó ponerla en marcha con gasura y llegó la gran decepción: la camioneta no arrancó.


“Estuve casi dos años tratando de convencer a mi vehículo que tenía que funcionar con ‘gasura’. Al final, en julio de 2019, desistí. Me di cuenta de que era un fracaso, una pérdida de tiempo y dinero”. Desolado, hizo lo que no quería. Se rindió y se tiró en la cama. “Estaba ahí, mirando el techo, viendo cómo vendería el auto. El proyecto había terminado. Colgué los botines. Habían sido 12 años de renuncias, muchas, me acordaba cuando mi mujer me decía ‘¿vamos a tal lado?’, y le respondía que no, que estaba con mis intentos…”


El motor de la Ranchera no giraba, se empecinaba en no funcionar. Edmundo creyó que lo había probado todo. Y en ese momento, cuando el mundo se le venía encima, tuvo una experiencia mística. “Escuché una voz, que pensé era la mía, que decía ‘cada fracaso es un paso más cerca del éxito’. Pero eso lo dicen todos los inventores. Después oí otra: ‘esto es algo útil para la humanidad’. Cuando escuché la tercera me di cuenta que no era yo: ‘Esto va a andar’”.


De repente, una fuerza indefinible lo levantó de la cama. Lo puso de pie. Edmundo no entendía nada. “Dije, ‘este es el pícaro de Dios’, y salí a encender el vehículo para mostrarle que no servía”. Fue como un milagro, algo mágico: como en aquella vieja película de García Ferré “Mil intentos y un invento”, Ramos se calzó imaginariamente el traje del tío de Anteojito, puso la llave, la giró y el motor arrancó con el combustible hecho de basura. “Por eso, en agradecimiento, a los dos lados de mi Ranchera le pinté la frase ‘para gloria de Dios’. La gente piensa que soy pastor protestante, algo así, pero nada que ver. Es darle las gracias a quien me dio el último empujón”.


Lo artesanal


Explicar con detalle el funcionamiento del sistema sería demasiado engorroso. Pero antes, hay que aclarar lo siguiente: no se trata de agarrar el tacho de basura de un hogar y llenar el tanque. A la basura, primero hay que carbonizarla. Y no es lo mismo usar papel, que otros residuos más sólidos. “Lo que busco es que los residuos tengan densidad. Si lleno el gasificador con papel, hago 3 kilómetros y se acaba. Con cáscara de maní hice 30 kilómetros. Con cáscara de nuez, 50… Probé con cáscara de banana o de naranja, o restos de poda de árboles, pero a todo hay que carbonizarlo”. Cuando lo hace, Edmundo guarda ese carbón en tachos bien cerrados, para evitar que se humedezcan.


Una vez cumplido el primer paso, se llena el cilindro más grande, el gasificador -que tiene una capacidad de 60 litros-, con la biomasa, los residuos carbonizados y bien secos. Luego cierra la tapa. Y prende fuego la biomasa con un soplete o un poco de alcohol y un encendedor. Como necesita un poco de aire para encenderlo, lo ventila a través de otro tuvo. “Ahora tengo un ventiladorcito, cuando empecé lo hacía con el secador de pelo de mi mujer”. El fuego, por la velocidad del aire, genera la “gasura”, que es combustible por estar compuesto por monóxido de carbono.


Dentro del gasificador se produce lo que Edmundo llama una “bola de fuego”, que está entre 1500 y 1700 grados de temperatura. A través de una botellita de gaseosa y un cañito de cobre, se le inyecta agua: dos gotas por segundo. Se produce un proceso llamado termólisis, que separa el agua en hidrógeno y oxígeno. Por un tubo ubicado arriba del gasificador sale la “gasura”, con ceniza y polvo. Para evitar que esas partículas lleguen al motor, hay tres filtros, uno hecho con el tubo de un matafuegos y un frasco de dulce en el que caen los primeros residuos. Luego hay otro con un filtro embebido en aceite y un tercero de toalla. Cuando el humo blanco que sale por el caño del aire se disipa y se vuelve transparente, lo cierra. Entonces la “gasura” va al motor. Lo que ingresa es monóxido de carbono, hidrógeno -que es uno de los gases más combustibles- y oxígeno. Y listo.


Con semejante temperatura, la pregunta -que parece un trabalenguas- es de cajón: ¿es segura la “gasura”? “Si algo llega a ocurrir, no explota, sino que implota. Me pasó que una vez usé una manguera de plástico que se recalentó y se succionó, se aplastó, porque no hay presión, hay aspiración”, explica Edmundo. Y continúa: “A veces la gente del campo me preguntan si el gasura se puede utilizar para cocinar o para calefaccionar. Y yo le digo que sí, pero afuera, no en un lugar cerrado, porque el monóxido de carbono es muy tóxico”

El único accesorio que le agregó al motor es una válvula mariposa sobre el carburador. Como el vehículo es trifásico (usa nafta, GNC y “Gasura”), si lo utiliza con los primeros dos, abre la mariposa. Si funciona con “gasura”, cierra la mariposa y tapa la entrada del carburador, para que el motor succione la “gasura” que envía el gasificador.


Otra ventaja que explica Edmundo es la producción de oxígeno, que verificó en una Revisación Técnica Vehicular. “Como uso agua y el motor utiliza el monóxido de carbono y el hidrógeno, por el caño escape sale vapor de agua y oxígeno. Dicen que es este auto es como un árbol con ruedas. Es decir, no sólo no contamina, sino que aporto un 20% de oxígeno por el caño de escape al medio ambiente mientras estoy andando”.


El gran viaje


Una vez que la Ranchera funcionó con gasura, Edmundo y Fabiola planearon viajar con ella más allá de Anisacate. Pero nunca es fácil ser pionero. Había un problema. Con el equipo que tiene en la caja de la camioneta, podía tener una autonomía de 50 kilómetros, no más. Tuvo que aguzar el ingenio: fabricó un remolque gasificador con tres tambores de 200 litros llenos de carbón de basura. Así logró una autonomía de 520 kilómetros. Y pudo completar los 5000 kilómetros de la ruta 40.


En el norte se le presentó una nueva dificultad: la falta de oxígeno en la altura. Nuevamente, antes de encender la Ranchera, Edmundo puso en marcha el cerebro. Al ventilador que usa para encender el fuego en el gasificador y así arrancar el vehículo, luego lo apaga. Pero en el norte, en cambio, lo dejó funcionando todo el tiempo. “Lo usé como una sobrealimentación eléctrica y con eso logré hacer la Cuesta del Obispo, que va de los 1500 a los 4500 metros sobre el nivel del mar sólo con gasura. Fue el desafío más grande del auto. Mucho más que el frío de la Patagonia, porque cuando las temperaturas son bajas, anda mejor. Los gases, cuanto más fríos, más se concentran y más potencia generan”.


Durante el periplo, que duró cinco meses, a Edmundo y Fabiola los controlaron varias veces. Lo cuenta con humor: “Cuando hice la Ruta 40 me pararon todos: la policía Municipal, Provincial, Caminera, de Seguridad Vial, Federal, Gendarmería, jaja... Me pidieron los documentos, registro, seguro, la VTV del auto y nadie me cuestionó qué combustible estaba usando. Porque, como te dije, no contamina”. Y explica: “el monóxido de carbono sale por el caño de escape como dióxido de carbono, que es uno de los causantes del calentamiento global, pero no es tóxico. De todas maneras, según los controles que hice, el dióxido de carbono que expulsa es como el 0,00001%. También expele vapor de agua, nitrógeno y un 20% de oxígeno”


Por el mundo


Aunque Edmundo decidió compartir los planos del gasificador en sus redes sociales, para fabricarlo hay que tener conocimientos mínimos de ingeniería, química y mecánica. Mientras cuenta que está en el proceso de patentar su invento, dice que le llegaron fotos y videos de personas que lo han copiado en diferentes partes del mundo. Hay uno de Suecia, uno de los Estados Unidos, uno de África, dos de Paraguay, dos de Argentina y uno de Bolivia. “El africano se recibió de ingeniero gracias a mí, porque copió mi sistema y no le funcionaba. Me llamó, vi que su interés era legítimo y le expliqué cual era la falla. El americano armó un gasificador para que alimente un generador eléctrico de 9000 watts y con eso hace funcionar una soldadora, no necesita electricidad. Y el sueco armó el equipo pero no le puso agua al principio.Luego sí y aumentó un 40% la potencia”.


El trayecto por la ruta 40. En rojo, los tramos que hizo con "gasura". En negro, los que realizó con GNC o nafta

El inventor ya recibió propuestas de inversores de Argentina, Perú y Colombia para poner una fábrica de gasificadores. Más que para hacer andar automóviles, creen que puede ser útil para utilizarlo en forma similar al norteamericano que copió los planos: para producir energía eléctrica.


Pero si Edmundo no paró cuando podía vivir de rentas, ya está en búsqueda de su próximo invento: el plastigas. “Para mi, la etapa basura está terminada. Lo que estoy investigando ahora es cómo convertir los residuos plásticos en gas, para limpiar el planeta. Estoy con eso, pero me está costando más de lo que pensaba”, concluye.


Con seguridad, lo va a lograr.


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